PRI, Morena y la caída de Isidro Pastor: un espejo del poder y la impunidad

La detención de Isidro Pastor Medrano, exdirigente estatal del PRI en el Estado de México, es más que un operativo judicial: es un reflejo crudo de cómo el poder político se ha administrado y se sigue administrando en la entidad más poblada del país. Pastor, capturado el 21 de noviembre de 2025, representa la casta de operadores priistas que, durante décadas, tejieron redes de corrupción, clientelismo y enriquecimiento a costa de los recursos públicos. Pero su caída también evidencia cómo la alternancia política, con la llegada de Morena al poder estatal, no necesariamente significa un cambio profundo en la estructura de impunidad, sino un simple reposicionamiento de actores y prioridades. Durante su carrera, Pastor Medrano fue un hombre de confianza del montielismo: operó elecciones, administró concesiones y controló áreas estratégicas como transporte y movilidad. Fue dirigente del PRI y legislador, y, como otros operadores históricos, supo beneficiarse de la confusión entre lo público y lo privado. Su expulsión del PRI en 2005 no fue un acto de justicia interna, sino resultado de luchas de poder con el grupo que llevó a Peña Nieto al gobierno del estado. Sin embargo, su presencia nunca desapareció; volvió a ocupar cargos estratégicos bajo Eruviel Ávila, y su intento de candidatura independiente en 2017 solo evidenció su capacidad de sobrevivir al margen de partidos hegemónicos, pero también su dependencia de redes más que de votos ciudadanos. Hoy, con Morena en el gobierno estatal, la detención de Pastor se presenta como un triunfo mediático: un mensaje de que “se acabó la impunidad”. Pero no conviene engañarse. Este arresto no es un acto aislado de justicia, sino un ajuste político necesario para consolidar la narrativa del nuevo poder frente a un PRI debilitado. El PRI, que durante casi un siglo fue capaz de proteger a sus operadores y enterrar investigaciones, hoy ve caer a uno de sus últimos exponentes de manera pública y mediática. Morena, por su parte, aprovecha el momento para reforzar su discurso anticorrupción y marcar distancia con el pasado priista sin necesariamente desmontar las estructuras que aún operan de manera paralela. El caso Pastor evidencia un patrón: el PRI no fue simplemente un partido; fue un aparato de control territorial, económico y social. Cada concesión, cada contrato, cada nombramiento tenía detrás la sombra de operadores como Pastor. Hoy, aunque el partido ha perdido poder, esas redes no desaparecen de la noche a la mañana. Simplemente cambian de bando, y los nuevos actores —en este caso Morena— deben decidir si las cortan o las usan. La captura de Pastor es más un símbolo que una ruptura real con ese sistema. Por otro lado, la narrativa de Morena como “limpiador de corrupción” tiene un límite claro: hasta ahora, sus acciones han sido selectivas. La detención de expriistas como Pastor sirve para legitimar un discurso, pero no ha implicado un examen profundo de todas las estructuras que operaban en el transporte, obras públicas y permisos estatales, muchas de las cuales siguen bajo influencia de grupos empresariales y políticos con nexos tanto en el PRI como en Morena. La pregunta central que plantea este caso es doble: ¿hasta qué punto la alternancia genera justicia real? ¿O simplemente redistribuye el poder bajo nuevas banderas? La detención de Pastor es un ejemplo clásico de cómo el PRI deja caer a sus propios operadores cuando ya no le son útiles, y de cómo Morena aprovecha la narrativa para consolidar legitimidad, mientras mantiene una dependencia funcional de los mismos operadores y estructuras que el PRI cultivó durante décadas. En definitiva, Pastor no es solo un exdirigente; es un símbolo del viejo régimen priista, y su caída evidencia que el PRI está en fase de desmantelamiento público, pero que las prácticas de opacidad y el poder de los operadores no han desaparecido. Morena, mientras tanto, ha heredado la tarea de transformar un sistema que aún funciona con lógicas de privilegio, pero sin la capacidad histórica de control absoluto que tenía el PRI. Su reto es real: convertir detenciones mediáticas en reformas estructurales, y no limitarse a episodios aislados de justicia que generan titulares sin cambiar las reglas del juego. La detención de Pastor Medrano muestra, en última instancia, que la política mexicana no es lineal: es una partida de ajedrez donde caen piezas históricas, emergen nuevas figuras y las reglas de juego se mantienen, aunque con nuevos colores. El verdadero cambio no llegará con un arresto: llegará cuando los operadores, las estructuras y la cultura de impunidad se terminen, y no simplemente se intercambien de partido.

11/27/20251 min leer

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